2 Ariadna

Yo soy tenista, lo siento cuando se me pone la piel de gallina cada vez que entro en la cancha. Aunque mi instructor diga que sólo voy a llegar a jugar partidos amistosos con señoras de edad avanzada y tendencias lesbianas. Me gusta este juego, sus tics, sus mañas, su fuera y su dentro de cancha, su precisión de ajedrez, sus variantes, su “es imposible hacer eso, a menos de que lo hagas”, su seriedad y elegancia que dan pie al humor y al desbarranco más inesperados de la temporada. Empecé a jugar tarde, a los 12 años, y poco después empecé a salir de noche mientras entrenaba, pero es que todo era tan perfecto, como una relojería infinitesimalmente ajustada. La faldita que muestra las piernas y la calza abajo que te ajusta bien y te marca han sido para mí la forma de mantener un equilibrio con el que mi instructor ni siquiera sueña. Con ese atuendo he conocido a muchos amigos nuevos en el club, en el colectivo y en la calle, y son con los que al final salgo para intercambiar un poco más que miradas, y son ellos mismos los que después me van a ver a los partidos amistosos y me levantan el ánimo cuando pierdo casi siempre, indefectiblemente. ¿Es que hay sólo una forma de ser tenista? Yo soy una que raramente gana, en la cancha. Soy una tenista de la vida, le quiebro el saque a cualquier rígido que se me ponga enfrente y me gustan los tie-break largos, muy largos. Me llamo Ariadna.